Al nacer y durante su juventud,
Sidharta Gautama tuvo,
podríamos decirlo "todo".
Creció en ambiente de abundancia y privilegio.
Su padre, Suddhodana,
centró su propia vida alrededor
de la de su hijo y heredero.
La leyenda cuenta que no sólo
se adelantaba y garantizaba todo antojo o fantasía
que cruzaba la mente del niño, sino que incluso
tomaba estrictas precauciones
para prever cualquier incidente angustioso
que pudiera ocasionar la menor sombra
en la felicidad de Siddharta.
Con este fin, el rajá llegó a prohibir a su hijo,
incluso cuando llegó a la madurez,
cruzar las murallas protectoras de los edificios del palacio.
Siddharta, inquieto y curioso,
decició desobedecer estas reglas paternas y,
dice la historia, durante varias aventuras secretas
y prohibidas afuera de los terrenos del palacio,
presenció cuatro escenas perturbadoras
que son conocidas en la doctrina budista como
los Cuatro Signos.
El primero de estos signos fue un viejo.
El segundo, un hombre muy enfermo.
El tercero un cadáver.
El cuarto un asceta.
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