En la vida mortal,
lo que nos limita en primero y último lugar
son los nombres, los rótulos y las definiciones.
Tener un nombre es útil
-- nos permite saber cuál es el certificado de nacimiento
que nos pertenece --
pero no tarda en convertirse en una limitación.
El nombre es un rótulo.
Define un lugar y una hora de nacimiento,
en una determinada familia.
Al cabo de unos años,
el nombre define que vayamos a una determinada escuela,
y que después sigamos una determinada profesión.
Cuando llegamos a los treinta años,
nuestra identidad está encerrada en un cajón de palabras.
Las paredes del cajón podrían estar hechas de lo siguiente:
" Abogado tributario católico,
educado en "x" universidad,
casado, padre de tres hijos
y con una hipoteca."
Aunque es probable que esos hechos sean exactos,
son engañosos.
Atrapan a un espíritu incondicionado
dentro de unas condiciones.
Muchas de esas limitaciones
parecen pertenecernos a nosotros,
cuando en realidad se refiernen
únicamente a nuestro cuerpo-- y todos somos mucho más que un cuerpo.
El Mago tiene una relación peculiar con su cuerpo.
Lo ve como un haz de consciencia
que adopta una forma en el mundo,
de la misma manera como las piedras,
los árboles, las montañas, las palabras,
los deseos y los sueños
fluyen y adoptan una forma.
El hecho de que un deseo o un sueño
no tenga sustancia mientras que el cuerpo es sólido,
no perturba al mago.
Los magos no tienen el prejuicio común
que nos lleva a pensar que
"sólido"
es sinónimo de "realidad"
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