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Poner fin a la guerra interior
implica acabar con el conflicto
entre todas nuestras personalidades.
Podemos aliviar la carga de energías del pasado
que pesa sobre los hombros del yo-sombra,
y así crear una condición propicia para la paz interior,
puesto que es el temor de salir lastimado
el que hace que las voces interiores
desconfíen las unas de las otras.
Pero no es posible comenzar
a resolver estas tensiones interiores
mientras no sepamos de qué están hechas
nuestras personalidades internas.
Todas las personalidades están hechas de lo mismo
– alguna vieja energía adherida a un recuerdo.
Digamos por ejemplo,
que recordamos haber sido castigados cuando niños
por alguna cosa que no hicimos.
La energía del pensamiento o la injusticia
se adherirá a ese recuerdo y comenzaremos a construir
un fragmento de personalidad
– un niño resentido –
el cual vivirá desde su estrecho punto de vista
hasta que pueda liberar esa energía.
El niño interior resentido
es sólo un recuerdo que espera poder descargar
su energía retenida
y no podrá moverse mientas no lo haga.
Puesto que tenemos recuerdos asociados
con alegría y también con dolor,
las personalidades interiores vienen en versiones
placenteras y dolorosas.
Es agradable recordar un premio recibido
por un buen trabajo;
es desagradable recordar haber sido criticados.
Pero estos recuerdos contrarios
no se anulan entre sí;
retienen su integridad y entran en conflicto con sus opuestos.
Cuando juzgamos, por naturaleza decimos
“Yo tengo la razón”,
aunque la siguiente experiencia sea totalmente contradictoria.
La crítica y el castigo injusto i
rán con nosotros a todas partes,
repitiendo sus escenarios una y otra vez,
mientras que en el compartimento de al lado,
otra energía estará expresando su punto de vista
de haber sido tratados con justicia y haber sido premiados.
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