La Cenicienta



Las hermanastras de La Cenicienta no eran,
contra todo lo que se ha creído, feas
—al menos no en el cuento de los Grimm—
pero sí "de corazón duro y negro".

A quienes se han acercado valiéndose
de la lógica común a este relato,
les ha sorprendido la frialdad del padre,
favoreciendo siempre a las que en definitiva
no eran sus hijas de sangre;
aquí debemos recordar el sentido alegórico,
e interpretar que ese padre equivale al Ser interior de cada uno,
nuestra Conciencia más profunda en otros términos.

Desde la perspectiva religiosa:
ese Dios que en muchos casos resulta duro,
pero que en definitiva actúa como el perro pastor
que muerde a las ovejas para que no se desvíen
de la buena ruta y se precipiten en un barranco.

Las palomas y otras aves ayudan a Cenicienta
a separar el grano para poder ir al baile.
Esto nos habla de otra realidad oculta:
la relación que puede darse entre un alma pura y esas "ánimas" que son la parte espiritual de los animales.

Por tres veces Cenicienta baila con el príncipe,
y al llegar la noche
(no la medianoche, que es algo que agregaron versiones posteriores)
se escapa para no ser reconocida.

El número 3, la acción realizada por tres veces, es un elemento también constante en este tipo de historias tradicionales. Vale recordar el profundo sentido Cabalístico del 3.

Culminando con la peripecia de Cenicienta,
la muchacha apela a su madre difunta;
acude a su tumba a la hora de la imposibilidad,
y es allí donde aparece la solución.

Aquí percibimos dos elementos de inusitada hondura:
el aspecto maternal-espiritual,
simbolizado en el catolicismo por la Virgen María,
que puede prestar ayuda a quien transita
un camino de búsqueda trascendente;
pero también está la tumba,
o sea —herméticamente hablando—
la "muerte que nos da vida".



1 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bonito

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