El Alquimista

Según la alquimia, los cuatro elementos
– tierra, aire, agua y fuego –
se combinan misteriosamente para llegar
al mágico producto final llamado vida.

No hay duda de que estamos hechos
de tierra,
aire y agua,
modificados a partir de una forma preliminar,
como el alimento.

Sin embargo no es posible destilar el fuego
que anima a estos materiales sin vida,
porque no es un fuego visible,
ni siquiera un calor metabólico.

Es el fuego de transformación, puro y simple.

Por lo tanto somos la transformación,
los transformadores y los transformados.

Somos nuestro propio alquimista,
encargado de transmutar constantemente
las moléculas sin vida de la encarnación viva
de nosotros mismos.

Ése es el acto más creador y mágico
que podemos realizar.

La maravilla de esta alquimia no tiene límite.
En un momento dado podemos estar leyendo un libro,
digiriendo una comida, fabricando proteínas y encimas,
almacenando información en la memoria,
creciendo, respirando, evaluando el entorno,
cicatrizando una herida, reemplazando células muertas,
alejando los virus, y muchas otras actividades más.

Todas estas transformaciones
suceden en su mayoría sin que nos demos cuenta.

El alquimista en invisible,
trabaja detrás de bambalinas,
y pocos nos interesamos alguna vez
por descubrir de quién se trata.

Su hogar no está en el espacio o el tiempo,
sino en lo eterno, más allá de la memoria.

Siéntese un momento
e imagine que puede ver su vida
como un papiro que se desenrolla
a medida que usted examina más y más
sucesos de su pasado.

Comience a desenrollar el papiro
hasta que vea una escena conocida,
como el día en que le dieron el empleo que tiene ahora.

Véala con claridad y luego vaya más atrás,
por ejemplo a sus días de universidad ,
y continúe haciendo lo mismo
hasta ver imágenes de la escuela secundaria,
la escuela primaria, el jardín infantil.

Visualice tan claramente como pueda
as escenas de cuando era niño,
cuando apenas comenzaba a caminar,
cuando era lactante.

No importa si no aparecen imágenes vívidas;
será suficiente con tener la sensación
de cómo era usted en esas edades.

Ahora regrese al día en que nació
– será pura imaginación –
y luego véase como feto
y después como un conjunto de células
transparentes agrupadas en una bola.

Vea cómo se encoge la bola
hasta reducirse a dos células
y luego a una sola.

Por último, cruce ese punto e imagínese antes de eso,
sin siquiera una célula a la cual adherirse.

Al cruzar este umbral,
observe que su identidad no desaparece.

unque no tenga imágenes a las cuales mirar,
ni cuerpo, usted sigue siendo lo que es en realidad:
una consciencia observadora
que permanece inmutable
aunque las escenas de la vida cambien constantemente.

Ésa es su identidad como consciencia,
un alquimista activo y sabio
que permanece separado,
detrás del drama constante de la transformación.

Ahora trate de imaginar
que ésa consciencia desaparece.

En otras palabras, imagine una época
antes de que usted existiera.

Esto es algo que no puede hacer,
porque el alquimista no está confinado
al reino del tiempo,
donde todos los sucesos comienzan y terminan.

Trate así mismo de avanzar hacia el futuro
e imaginarse el tiempo en que usted ya ha muerto
y ha desaparecido completamente de la Tierra.

Tampoco puede hacerlo.

Al llegar a la final de la memoria,
el sentimiento, las emociones, la imaginación
y las ideas, todavía queda el ser en forma pura,
como un impulso de vida
que fluye constantemente a través
del espejismo de la creación.

Ese flujo ocurre en forma
de transformaciones constantes,
la alquimia de la existencia que se extiende
a todos los mundos y más allá de ellos.

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