Arturo y La Jarra de Plomo


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Tras abandonar el bosque de Merlín,
el joven Arturo vivió con Sir Ector y su hijo Kay.

Recibió el título de escudero, pero sólo de nombre.

Arturo no tenía familia ni propiedades,
no podía pagar por su ropa y nadie creía
que fuera de familia noble.

A espaldas de Sir Ector, los muchachos de las caballerizas
le lanzaban lodo y las sirvientas murmuraban
que Arturo conocía la magia negra.


Debido a todo eso,
Arturo pasaba la mayor parte del tiempo solo.

Un día se encontraba sentado al borde de un robledal,
mirando fijamente una vieja jarra de plomo,
cuando Kay lo encontró.

“La robaste?”, preguntó Kay con suspicacia.


“No”, contestó Arturo sacudiendo la cabeza.
“La tomé prestada”.


-- “Para qué?”
-- “Alquimia”

Los ojos de Kay se abrieron como platos.
Había oído decir que los magos tenían el poder
de convertir los metales inferiores en oro.


“Aprendiste alquimia?”, preguntó.
Arturo asintió.
“Si puedes transformar el plomo en oro”
dijo Kay conmocionado,
“nuestra familia será la más rica de Inglaterra.
Muéstame”.


Arturo asintió con la cabeza
e hizo una señal a Kay para que se sentara
a su lado sobre el césped.

Sin decir más, comenzó a mirar
fijamente la jarra de plomo.
Al cabo de unos momentos Kay
observó que Arturo tenía los ojos cerrados.
Esperó impaciente pero cuando Arturo abrió los ojos
quince minutos más tarde,
la jarra seguía siendo de plomo.


“Creo que eres un fraude”, dijo Kay furioso.
“La jarra sigue siendo de plomo”.


Arturo no se inmutó.

“Pues claro que sí.
Está allí sólo para recordarme algo.
Soy yo quien está tratando de convertirse en oro.”

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